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Un paseo por las murallas, los arcos y las torres

Un recorrido que ofrece a los viajeros más atentos y curiosos la posibilidad de descubrir la Capital desde una perspectiva inédita que pone de relieve detalles aparentemente secundarios pero que, en cambio, revelan su verdadera alma a través de los siglos, en el que el pasado y el presente se funden para definir los contornos de la Roma de hoy.

Las fortificaciones en defensa de la ciudad fueron construidas a lo largo de los siglos, desde los orígenes de Roma, en el siglo VIII a.C., hasta el siglo XVII d.C.  Arcos imponentes, puertas y bastiones celebran la gloria de las hazañas de grandes hombres, y como baluartes cuentan, en sus diversas formas, la historia de la ciudad.

Ahora desaparecidas, las murallas más antiguas, llamadas “Romulee”, se remontan a la creación de la ciudad y se circunscribían en el Monte Palatino. La primera gran muralla de Roma, las Murallas Servianas, atribuidas al rey Servio Tullio, fueron edificadas en el VI. a.C. En la época republicana, después de la invasión de Gali en el siglo IV a.C., fueron reconstruidas, más conocidas como Murallas Servianas Republicanas. Constituidas por bloques de toba, son todavía muy visibles por 94 metros, en la estación Termini, donde se encontraba el tramo más fortificado, en el Capitolio y en el área de Largo Magnanapoli. El sistema defensivo rodeaba el centro habitado durante unos 11 kilómetros, rodeando las colinas Quirinal, Viminale, Esquilino, Oppio, Celio y Aventino, y a lo largo de su perímetro se abrían diez puertas, entre las cuales la Puerta Viminale, la Puerta Esquilina, la Puerta Querquetulana, donde se construyó la basílica de los Cuatro Santos Coronados y la Puerta Caelimontana. Las murallas Servianas fueron restauradas por Augusto para luego ser englobadas en estructuras de la edad imperial.

Durante mucho tiempo, Roma, dueña del Mediterráneo, no tuvo ningún perímetro urbano. La necesidad de una nueva estructura defensiva se planteó en el siglo III d. C.: el peligro de las invasiones bárbaras indujo al emperador Lucio Domizio Aureliano a construir un nuevo sistema defensivo. Las Murallas Aurelianas, edificadas entre el 271 y el 275 d.C., se extendían por cerca de 19 kilómetros, eran de casi 6 metros de altura, y estaban intercaladas, cada 30 metros, por torres cuadradas y puertas. Para ahorrar tiempo y costes de elaboración, dentro de ellos se incluyeron construcciones más antiguas, como tramos de acueductos, la Pirámide Cestia e Castro Pretorio. Dentro de la Puerta de San Sebastián está situado el Museo de las Murallas que recorre su historia y analiza sus sistemas de construcción.

Las Murallas Leoninas, fechadas alrededor de la mitad del siglo IX, toman el nombre del Papa León IV que las hizo erigir para proteger el Vaticano de los sarracenos. Durante el pontificado de Nicolás III se añadió el Corredor de Borgo llamado también Passetto o Pasillo Vaticano de Borgo, que conecta Castel Sant'Angelo, el antiguo Mausoleo de Adriano, con la ciudad del Vaticano. Cuando las tropas de los Lanzichenecchi de Carlos V atacaron Roma. El Papa Clemente VII se salvó precisamente huyendo por el Passetto. Las Murallas Vaticanas fueron edificadas durante los pontificados de Pablo III, Pío IV, Pío V y Urbano VIII, para reforzar las murallas leoninas y para defender la Basílica de San Pedro y el Colle Vaticano. En la parte norte se encuentra el Baluarte o Bastión de Miguel Ángel, construido en 1534.

Las Murallas Gianicolensi, llamadas así porque pasan por la colina del Janículo, fueron realizadas por los Papas Urbano VIII y Inocencio X, en el siglo XVII, para sustituir, con un trazado diferente, un tramo de las Murallas Aurelianas, pasando también por el actual Barrio Trastevere. La muralla se extendía desde Porta Portese, reconstruida por el Papa Inocencio X, hasta la plaza del Santo Oficio, hasta llegar cerca de la Plaza de San Pedro.

El aspecto de la Roma medieval se caracterizó por una gran cantidad de torres que, incluidas las incorporadas en las murallas, ascendían a cerca de novecientos. Las torres marcaban la división de la población en muchas posesiones y eran, para las grandes familias, un símbolo de supremacía. En la vía dé Fori Imperiali, en el cruce con la Vía Cavour se levanta la Torre dei Conti, edificada en el siglo XIII y conocida en la Edad Media por su majestuosidad como "Torre Maggiore". Detrás de la estructura, subiendo por la  vía Tor dei Conti, se llega a la Torre del Grillo, construida sobre los restos de mampostería relacionados con la edad de Trajano. Al final de la subida, se llega a la Torre de las Milicias, querida por el Papa Gregorio IX en el siglo XIII. Situadas alrededor de la Plaza Navona, se encuentran la Torreta Sanguigna y la Torreta dei Millini. En la calle de los Portugueses, por último, se puede observar la Torreta de los Frangipane, llamada "Torre del Mono".

Los arcos triunfales son construcciones propias de los romanos. Consistían en estructuras con la forma de una puerta de arco monumental que se levantaban para celebrar emperadores o caudillos después de una victoria en la guerra. Los primeros arcos estaban construidos en madera y ladrillos y estaban sin decoraciones en cambio se añadieron en el tiempo. En Roma quedan tres. El arco de Tito, dentro del Foro Romano, fue edificado por Domiciano en el año 81 d.C. para conmemorar las victorias de Vespasiano y Tito sobre los judíos. En la edad medieval, el arco fue englobado en la fortaleza de los Frangipane y fue "liberado" sólo con la restauración que el Papa Pío VII confió en 1821 a Giuseppe Valadier. El arco de Septimio Severo, levantado en el 203 d.C. a caballo de la Vía Sacra, recuerda las victorias del emperador y de sus dos hijos, Caracalla y Geta, contra los Partos, los Árabes, los Adiabenos. Está revestido de mármol y tiene una estructura de tres hornos intercomunicadores. El arco de Constantino, junto al Coliseo, celebra el triunfo de Constantino sobre Massenzio cerca del puente Milvio (312 d.C.). Es el arco más grande (¡alcanza los 25 metros de altura!) y mejor conservado entre los supervivientes

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