A poco de distancia del Panteón, hay una pequeña iglesia dedicada a María Magdalena del Evangelio: construida encima de una capilla del siglo XIV, Santa María Magdalena, que es la iglesia nacional de los Abruzos, se confió en 1586 a San Camilo de Lellis en calidad de sede de la orden que él mismo fundó.
Fueron los camilos quienes, en la primera mitad del siglo XVII, decidieron ampliar la plaza de enfrente y reconstruir la iglesia: casi un siglo de trabajos, que permitieron la construcción de la cúpula y la bóveda por Carlo Fontana en 1673, y la terminación de la fachada gracias a Giuseppe Sardi en 1735.
La portada del edificio ofrece un espléndido ejemplo de estilo rococó, insólito en las construcciones religiosas romanas. La obra, de planta cóncava y con una decoración completa de estucos, contiene las estatuas de San Camilo de Lellis y San Felipe Neri en la parte inferior, y las de Santa María Magdalena y Santa Marta en la superior, sin embargo, la obra recibió muchas críticas por parte de los contemporáneos, que no apreciaron su gracia y originalidad y la calificaron de "iglesia de azúcar".
Los interiores presentan una sola nave elíptica que tiene capillas a ambos lados, un crucero y un amplio ábside que se adaptan perfectamente a las decoraciones rococó realizadas con posterioridad. Hay un estupendo órgano de madera grabada del siglo XVIII, ornamentado con estuco y figuras de oro, en la contrafachada. Por su parte, la sacristía es considerada una de las más hermosas de Roma, un ejemplar único del barroco romano creado entre 1738 y 1741, cuyos mobiliarios originales son pintados en mármol de imitación y los frescos de Girolamo Pesci colocados en la bóveda.
Esta iglesia es también bien conocida gracias a un milagro ligado a una figura de madera policromada de María Magdalena del siglo XV: con motivo de la terrible crecida del Tíber, ocurrida el 24 de diciembre de 1598, la escultura flotó desde una capilla lateral hasta el altar mayor, donde se posó a salvo. En el aniversario de la muerte de San Camilo, los romanos se dirigían a este lugar hasta finales del siglo XIX y bebían un agua bendita especial que contenía una pequeña cantidad de tierra de la tumba del santo, un antídoto eficaz para combatir todos los peligros.
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