La Basílica fue levantada en el siglo IV d.C. cerca de las Termas de Caracalla, en memoria de los santos Nereo y Aquilea, mártires de la persecución de Diocleciano.
A finales del siglo VIII fue reconstruida por voluntad de papa León III que, precisamente por ello, quiso sanear la zona pantanosa circundante. Más tarde quedó abandonado y pronto se convirtió en ruinas.
Posteriormente, a lo largo del siglo XV, la iglesia sufrió diversas restauraciones hasta la que tuvo lugar durante el pontificado de Clemente VII para albergar las reliquias de los dos santos, que se colocaron debajo del altar mayor, donde aún se encuentran hoy en día.
En el centro de la fachada exterior, sobre un portal flanqueado por dos columnas de granito que sostienen un tímpano triangular, el epígrafe “titulus fasciolae” alude a la leyenda según la cual el apóstol Pedro, huido de la Cárcel Mamertino, dejó caer aquí una de las vendas que protegían sus heridas. El interior de la iglesia está divido en tres naves separadas por pilares octagonales. En las paredes se pueden admirar los frescos del Pomarancio que refieren “Historias de los Mártires” realizados con intenso realismo.
De notable interés también la silla episcopal, con dos leones atribuidos al taller de los Vassalletto.
Foto: sitio oficial de la Superintendencia Especial de Roma
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