Las ottobrate romanas eran excursiones dominicales, aunque a veces se celebraban también los jueves, que se realizaban en Roma en octubre, el mes de la vendimia. Una costumbre que, según algunos, se remonta a los Bacanales de la antigua Roma: fiestas relacionadas con el ciclo de las estaciones. La meta habitual de las excursiones era el monte Testaccio, pero la presencia de huertos y viñedos alrededor de las puertas de la ciudad favoreció la difusión hacia puente Milvio, en los viñedos entre Monteverde y Puerta San Pancrazio, Puerta San Giovanni y Puerta Pía. Se salía por la mañana temprano, en carros decorados para la fiesta y tirados por caballos enjaezados. Se daba gran importancia a la indumentaria: las estampas de la época nos muestran mujeres adornadas de plumas y flores y hombres elegantes, para llamar la atención de las chicas guapas. Al son de panderetas, guitarras y castañuelas se bailaba el saltarello. Se jugaba a la petanca, a la ruzzola (pequeña rueda de madera que se lanza con una cinta, similar al lanzamiento de bola español), al columpio y a la cucaña. Naturalmente, el vino corría a voluntad, y nunca faltaban los ñoquis, los callos y el lechazo. La tradición de las ottobrate se conservó hasta las primeras décadas del siglo XX, sobreviviendo a la Roma papal, y aún hoy, cuando octubre reserva unos días luminosos, se suele decir "¡Qué magnífica ottobrata!".
El vino y la tradición de su consumo en Roma
La cocina tradicional
Una ciudad dentro de la ciudad: los Rioni de Roma
Origine, storia e curiosità degli antichi quartieri di Roma