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Las lapidas de las inundaciones

Una relación milenaria de altibajos

La historia de Roma corre en paralelo con los acontecimientos del río que la atraviesa, desde la legendaria fundación de la ciudad: fue el Tíber quizás en plena, hace 28 siglos, el que llevó la cesta de Rómulo y Remo hasta el punto en que la loba los encontró, al pie de la Colina Palatino. Pero en la relación que une a los romanos con su río, el amor no fue el único factor. Beneficioso, sí, pero también caprichoso, irascible y vindicativo como toda divinidad que se precie, no podía dejar de suscitar una cierta desconfianza y un sagrado terror. Sobre todo, por las frecuentes inundaciones que por más de dos mil años causaron daños a veces inconmensurables a la ciudad, cobrándose muchas vidas y provocando varias enfermedades y pestilencias debidas a la alteración de sus aguas.

Huc Tiber ascendit

Es decir, hasta aquí el Tíber ha crecido. Cuando el miedo da paso al asombro, es inevitable querer transmitir a la posteridad la excepcionalidad de un acaecimiento, reescribir el libro de los récords. Y así, a veces semiocultos en los muros de las iglesias, en los patios de los palacios y en las esquinas de las calles, en las zonas más bajas de la ciudad, descubrimos aquí y allá antiguas lápidas y placas de mármol que nos hablan de la imprevisibilidad de las aguas y de su violencia. Hasta 1900 se colocaron más de 120 placas, la mayoría de las cuales se conservan, para recordar las inundaciones: las más sencillas muestran sólo el mes y el año, mientras que en las más artificiosas las aguas se representan mediante líneas onduladas, con una mano estilizada que indica el nivel alcanzado por en agua en el muro. El registro más antiguo de una inundación se remonta al año 1180 y está grabado en una columna de mármol, ahora en el Museo de Roma en el Palazzo Braschi. Tampoco se encuentra en su posición original la placa en caracteres góticos que ahora se puede ver bajo el arco de los Banchi, porque en su día estuvo amurallada en la fachada de la iglesia de los Santos Celso y Giuliano, a la entrada del Ponte Sant’Angelo: conmemora la inundación de noviembre de 1277, año en el que se empezaron a señalar las inundaciones con datos ciertos e históricamente verificables.

Las inundaciones históricas

La primera placa que aún indica correctamente el nivel alcanzado por las aguas de la inundación se refiere a la riada de noviembre de 1422 y se encuentra en la fachada de Santa Maria sopra Minerva. No es la única ya que en la iglesia que se encuentra en las zonas más bajas de la ciudad, en los puntos en los que el agua alcanzó alturas considerables, también se conserva el registro de las inundaciones de los años 1495, 1530, 1598 y 1870. Entre los siglos XV y XVIII, la más devastadora fue sin duda la inundación de Navidad de 1598 que, alcanzando un nivel de 19,56 metros en Ripetta (el más alto conocido hasta la fecha), sumergió las columnas del Panteón hasta seis metros y provocó miles de muertes. Nueve molinos fueron destruidos por la corriente del Tíber, que arrastró hasta los cadáveres de las tumbas de Santa Maria dell’Anima y se tragó tres de los seis arcos del antiguo pons Aemilius, conocido entonces como Puente Senatorio y desde entonces rebautizado como Ponte Rotto. El daño fue tal que se colocaron hasta 12 lápidas en la ciudad, por ejemplo, en la entrada de la Piazza del Popolo, en la Via Santa Maria de’Calderari y en el Lungotevere in Sassia. Otro testimonio original de la catastrófica inundación es la Fuente de la Barcaccia: se dice que la inspiración de Bernini fue el recuerdo del naufragio de una barcaza arrastrada hasta la Piazza di Spagna por esa misma inundación.

Los últimos rugidos

Las últimas grandes inundaciones se remontan al siglo XIX. Las placas en la Via dell’Arancio y la Via Canova nos remiten a la inundación de 1805, cuando el río invadió las zonas que van desde Ripetta hasta el Corso, llegando hasta la Piazza Navona, la Lungara y el Ghetto. El agua también superó los 16 metros de altura el 10 de diciembre de 1846, como atestigua la placa del cementerio subterráneo de la iglesia de Santa Maria dell’Orazione e Morte en la Via Giulia. Sin embargo, la inundación más trágica fue sin duda la de entre el 26 y el 29 de diciembre de 1870, tres meses después de la brecha de la Porta Pia, cuando las aguas superaron los 17 metros. La violencia del río, atestiguada por unas cuarenta escasas lápidas, las víctimas y los daños suscitaron una impresión tal que hizo venir por primera vez al rey Vittorio Emanuele II a Roma y lo impulsó a adoptar remedios decisivos. Según el proyecto de Raffaele Canevari, se construyeron altos muros de contención: completados en 1926, los llamados diques del Tíber pusieron fin al peligro continuo y periódico, pero modificó radicalmente todo el ambiente tiberino y destruyó paisajes y ambientes extraordinarios como los puertos de Ripetta y Ripa Grande. La placa más reciente se encuentra en el pórtico de San Bartolomeo all’Isola, con la la inscripción “Alluvione del 17 Decem 1937” sobre una simple línea horizontal: los nuevos muros de ribera contenían muy bien la corriente y, a pesar de alcanzar niveles récord, las aguas solo causaron riadas de poca importancia.

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