En la antigüedad, una de las fiestas religiosas y profanas más celebradas en Roma era la de San Juan, patrono de la ciudad, que se celebraba el 24 de junio.
La fiesta empezaba la noche de la víspera, conocida como “noche de las brujas” en la que, según la tradición, las brujas vagaban con la intencion de capturar almas.
La gente de todos los barrios de Roma, armados de linternas y antorchas, iban en peregrinaje hasta la basílica de San Juan de Letrán para rogarle al Santo y para comer caracoles en los mesones y barracas, porque comer caracoles, cuyos cuernos representaban discordias y preocupaciones, simbolizaba la destrucción de la adversidad.
La participación popular era masiva: se comía y se bebía abundantemente y se hacía mucho ruido con trompetas, campanas, tambores y petardos para asustar a las brujas y evitar que recolectasen las hierbas necesarias para sus brebajes y pócimas.
La fiesta terminaba al amanecer cuando el Papa se trasladaba a la basílica de San Juan para celebrar la misa y, una vez concluida ésta, desde la logia de la basílica tiraba monedas de oro y de plata hacia los feligreses, que enardecidos intentaban hacerse con alguna moneda.
Hoy en día, desafortunadamente, la tradicional fiesta de San Juan ha perdido casi por completo su importancia, aunque desde hace algunos años se está intentando estimular su celebración con algunos festejos.