Está llena de encanto e historia esta iglesia que se levanta en el lugar donde se ubicaba el San Nicolò de Curte medieval, así titulada quizás en virtud de que pertenecía a un complexo edilicio de la familia Orsini que presentaba las particularidades de un patio, con torres, cuadras, pozos y huertas delimitadas entre una muralla. Así, a comienzos del siglo XVI, el Papa Julio II Della Rovere concedió a los habitantes de Viterbo que vivían en Roma el culto a la Madonna della Quercia, un icono de la Virgen que liberó a la ciudad de Viterbo de la peste. De este modo, la iglesia adquirió su nombre actual, muy apreciado también por el pontífice, al ser el roble el símbolo de su familia.
Muchos viterbenses que se establecieron en la ciudad trabajaban en el sector de la carnicería. Por eso, fue un hecho natural que la entonces prestigiosa corporación que los reunía eligiera a la Madonna della Quercia como patrona y convirtiera la iglesia en la sede de su cofradía, dando inicio a una serie de obras de remodelación. Estos trabajos resultaron no obstante insuficientes y, a comienzos del siglo XVIII, la Cofradía optó por la reconstrucción de la iglesia por completo: se encargó la ejecución de las obras a Filippo Raguzzini, que también proyectó la pintoresca plaza de San Ignazio en Roma, obras terminadas por Domenico Gregorini.
La plaza que acoge la iglesia fue fusionada en la Plaza Capodiferro a principios del siglo XX, se desmanteló una bloque completo, aunque la configuración originaria del espacio urbano permitió que la distinguida fachada redondeada de estilo rococó destacase aún más.
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