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Los claustros

I chiostri

El arte medieval de Roma parece sofocado por la predominancia de lo antiguo y por la suntuosidad renacentista y barroca. Pero naturalmente, los testimonios de esa época están presentes en el tejido ciudadano; quizá escondidos.

Hoy te proponemos dar un paseo para descubrir dos claustros; auténticas maravillas arquitectónicas, lugares de reposo espiritual, además de memoria de la pericia artística de las familias medievales de los marmolistas romanos.

El claustro – del latín claustrum, lugar cerrado – es un patio cuadrangular, rodeado de pórticos, ubicado en el interior de un monasterio; desempeña una función esencialmente práctica; une los diferentes ambientes del complejo monástico.

El claustro de San Juan de Letrán, obra de la familia de marmolistas romanos Vassalletto, representa una obra de arte del siglo XIII. Iniciado en torno a 1222, se terminó en 1232. Es el claustro más grande de Roma: de planta cuadrada, cada lado mide 36 metros. El elemento peculiar de la obra es la ausencia absoluta de reutilización de fragmentos antiguos; inspirándose en la arquitectura clásica, los Vassalletto crearon ex novo todos los elementos necesarios. Las parejas de columnitas son de hojas diferentes: hojas taraceadas con figuras de personajes o de animales reales o imaginarios. Un completo repertorio iconográfico influenciado por las tradiciones árabe, egipcia y romana y por los bestiarios medievales. El suntuoso entablamento externo, dispuesto en varios niveles, representa el elemento más valioso del claustro. Entre los siglos XVI y XIX fueron llevados al claustro restos de monumentos demolidos en el interior de la basílica medieval, además de inscripciones, hallazgos arqueológicos y relieves de época romana encontrados en la zona de San Juan.

Ahora dirijámonos hacia la basílica de San Pablo Extramuros; óptima para tal fin la línea de metro.

El claustro de San Pablo, construido en el segundo decenio del siglo XIII y superviviente de forma milagrosa al incendio que en 1823 destruyó la basílica, es uno de los testimonios más intactos que la Edad Media romana puede ofrecernos. Las columnas son de una sorprendente variedad de formas y colores; algunas, esculpidas en mármol de color crema, se retuercen como serpientes; otras, están tan incrustadas de oro y teselas de color rojo y negro que no se distingue la piedra, cargada de mosaicos. Surgen por todos sitios algunos elementos extravagantes, como los pequeños seres monstruosos a modo de esfinge entre las columnillas. Una larga inscripción en letras azules sobre fondo dorado corre a lo largo de tres lados, ilustrando la maravillosa obra. El jardín está muy cuidado; rosales reunidos en las jardineras delimitan el verde césped, plantas de laurel crean una nota de verde oscuro en el centro.

En el claustro se conservan fragmentos arquitectónicos provenientes de la antigua basílica y también inscripciones y cipos recuperados del cercano cementerio romano – cristiano.

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